Los artistas y el sistema visual humano

Los artistas tocan los circuitos de nuestro sistema visual para lograr efectos especiales.

El arte visual está hecho simplemente para el ojo humano. Se sincroniza sin problemas con el funcionamiento de nuestro sistema visual, gracias en gran parte a las observaciones y habilidades astutas de los artistas.

Durante milenios, los artistas han aprendido a usar el color y otras herramientas de su oficio para estimular los circuitos visuales del cerebro de maneras que crean ilusiones: profundidad en una superficie plana, movimiento en un plano estático, emoción en un espacio vacío. Uno no tiene que esforzarse para experimentar estos efectos. Simplemente están allí, producidos por el funcionamiento interno de las células sensibles a la luz en el ojo, el complejo cableado de la retina y los troncos y ramas del árbol computacional que forma la corteza visual.

Hoy en día, la ciencia puede explicar la mayor parte, pero no todo, de cómo funciona la visión del color. Esas explicaciones se desarrollaron durante años de pensamiento reduccionista, experimentación meticulosa y exploración sistemática. Sin embargo, algunos artistas que trabajaron antes de que Isaac Newton haya revelado que los colores eran partes físicas y cuantificables de lo que él describía como el espectro de la luz, se las han arreglado para introducirse en el sistema visual.

Cuando la luz brilla en Launching the Currach, obra del pintor irlandés Paul Henry, los pigmentos de diferentes colores en la pintura absorben la luz de diferentes longitudes de onda en el espectro visible. En gran medida, vemos lo que se refleja en nuestros ojos: la luz roja del pantalón de los hombres, el amarillo de la arena reluciente y la espuma de mar agitada.

Cuando la luz de un objeto o escena ingresa a través de la pupila, se enfoca en la retina, una capa de tejido nervioso que en realidad es una extensión del cerebro. Es esta capa de tejido la que comienza a procesar la información visual en el ojo. Su capa más externa está formada por más de cien millones de células sensibles a la luz conocidas como fotorreceptores. De estos, seis a siete millones son células cónicas que soportan la visión del color en humanos. Estos millones de células se concentran en el centro de la retina humana en una región llamada fóvea.

Hay tres tipos de células cónicas, cada tipo sensible a las longitudes de onda de luz azul, verde o roja. Las puntas de estas células están llenas de pigmentos fotosensibles conocidos como opsinas. Cuando un fotón golpea un pigmento fotosensible, su estructura química se altera en milisegundos, provocando una cascada de eventos que resultan en la transmisión de una señal al cerebro. Una vez que se completa esta serie de acciones, los productos químicos se reinician, lo que permite la traducción interminable de luz a energía eléctrica que nuestro cerebro percibe como color.

El sistema visual humano es capaz de detectar longitudes de onda entre 400 y 700 nanómetros, una pequeña porción del espectro electromagnético. Otras longitudes de onda pasan desapercibidas: las longitudes de onda del sonido de metros de longitud que llevan la voz y la canción; las longitudes de onda más pequeñas que la amplitud de un átomo de rayos cósmicos que bombardean la Tierra desde el espacio exterior; y las longitudes de onda de 100 nanómetros de la luz ultravioleta, imperceptibles para el ojo pero lo suficientemente poderosas como para quemar la piel.

Fuente: “Eye of the Beholder.” — HMS

Traducido y editado por el Equipo Editorial de ResidenciasMedicas.com.ar

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